Desde que nacemos, luchamos por vivir y sobrevivir ante cualquier adversidad que se nos presenta en la vida diaria, a partir del momento en que somos concebidos, iniciamos ese trayecto hacia el indeseable acontecimiento –la muerte-, hablar de la vida sin hablar de muerte no tiene sentido.
Nos podemos hacer un sin número de interrogantes y ninguna respuesta será la adecuada para cada caso en particular, pero se puede decir que, la vida está llena de sentimientos, emociones, lazos afectivos, experiencias y vivencias que hacen que resulte lógico que uno se prepare más para disfrutar de la existencia que hacer proyectos para un deceso.
Hoy en día, la humanidad está luchando contra una enfermedad que nos sorprendió de momento y que paralizó al mundo entero, terminando con la vida de todo tipo de ser humano sin importar edad, raza, sexo o condición social, la intensidad de esa lucha es monumental, el afán de salvar todas las vidas posibles, aún las más frágiles y en su etapa final.
Se está luchando día con día, con el objetivo de la supervivencia en éste mundo terrenal, la lucha contra este virus mortal y cualquier padecimiento que la civilización humana está enfrentando, convirtiéndose en una rebelión contra la muerte, haciendo hasta lo imposible por no ser alcanzado por este suceso que nadie quiere.
La salud pública y la medicina sólo son una pequeña parte del gran esfuerzo que está realizando el ser humano por mantenerse con vida, la muerte en la actualidad ha sido tema de cada día, incluso ya se manejan por cifras, colores de semáforos y economía, solo existe un pensamiento -no quiero morir- aún me faltan cosas por hacer y seguir con determinados proyectos que no culmino.
Hablar de la muerte y sus circunstancias se ha convertido en un tema de tabú y para muchos de nosotros admitir que la vida es limitada, que nos produce una horrible sensación de vacío; nos cuesta reconocer qué parte del proceso de crecer, es aprender a convivir con ella: “nacimos para morir”.
El sentido de la muerte se encuentra en la vida misma, en cuanto sabemos que podemos morir, dirigimos nuestros esfuerzos para vivir intensamente, el morir nos enseña a amar, querer, recordar, perdonar, analizar de manera retrospectiva que se pudo haber mejorado.
La muerte es un espejo en el cual contemplamos nuestra vida entera, la historia personal se perfila hacia un proyecto común de todo ser humano, de los que están y los que vendrán, el dialogo del espíritu con el corazón, resuelven su acuerdo de vida en un instante, se adquiere energía para la acción y el espíritu.
Entender esto, significa aceptar que la vida misma no es más que un periodo pequeño de nuestra existencia en este mundo, al que llegamos para ser prestados y luchar contra toda adversidad que se nos presente.
La vida cobra sentido en cuanto se revela como un tránsito, morir es cambiar de estado y el bien morir puede ser entendido en términos de desprenderse finalmente de todo lo material que nos confina a este mundo, para facilitarnos el paso a la eternidad, es estar dispuesto con humildad a despedirse de la vida, entregar la existencia que nos fue dada, sin rencores ni arrepentimientos, sin culpa y sin dolor, si, es difícil comprender y mucho más aceptarlo.
Morir es parte de la vida, de la forma que sea, la pérdida de seres queridos y el duelo es una experiencia humana social y culturalmente construida.
La respuesta a la muerte y la pérdida reflejan un símbolo que da significado a los síntomas de separación que se experimentan, así como a los cambios de la identidad personal y colectiva que acompañan a la muerte, por otro lado los ritos son algo más que una demostración de respeto y afecto a la memoria del ser que se fue y refuerzan el significado de compartir el dolor con la comunidad, son una expresión de dolor que reclama comprensión social.
Cada día hay una razón para luchar contra este fenómeno doloroso y que no queremos que llegue algún día, sin embargo, sabemos que llegará, ¿cuándo? No lo sabemos, por eso hay que tratar de estar bien consigo mismo y disfrutar de la vida, el ayer ya pasó, el hoy es certero y el futuro no lo sabemos.
Noraima Araceli Sánchez Santos.
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